Más allá del arcoíris: por qué no todos lo vemos igual

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Cuando miramos un arcoíris en el cielo, la mayoría de nosotros no puede evitar sonreír, sin embargo, aunque parezca un espectáculo sencillo, lo que vemos es mucho más complejo de lo que imaginamos. En realidad, cada persona ve su propio arcoíris. Y no, no es solo una cuestión de perspectiva: hay ciencia detrás de esto.

Empecemos por lo básico. Un arcoíris se forma cuando la luz del sol atraviesa pequeñas gotas de agua suspendidas en la atmósfera. Esta luz, que a simple vista parece blanca, en realidad contiene todos los colores que vemos en el arcoíris.

Cuando la luz entra en una gota, sufre un fenómeno llamado refracción: cambia ligeramente de dirección debido al paso de un medio (el aire) a otro (el agua). Luego, parte de esa luz se refleja en el interior de la gota y finalmente se refracta nuevamente al salir.

Este doble cambio de dirección hace que la luz se disperse en los distintos colores que la componen: rojo, naranja, amarillo, verde, azul, índigo y violeta. Cada uno de estos colores se desvía en un ángulo ligeramente diferente, lo que da como resultado ese arco multicolor que todos conocemos.

¿Por qué nunca podemos alcanzar un arcoíris?

Seguro que alguna vez pensaste: «¿Y si camino hasta donde empieza el arcoíris?». La respuesta es que eso es imposible. Este fenómeno no es un objeto físico que esté ubicado en un punto específico del cielo. Es, en realidad, un efecto óptico que depende de la posición del observador, las gotas de agua y la fuente de luz.

A medida que te mueves, el ángulo entre tus ojos, las gotas de agua y el sol cambia, y con ello, el arcoíris también cambia. En pocas palabras: el arcoíris se mueve contigo. Por eso nunca podrás tocarlo ni llegar hasta «su inicio».

Cada quien ve su propio arcoíris

Aunque varias personas estén mirando hacia el mismo cielo, la verdad es que cada uno está viendo un arcoíris ligeramente diferente. Esto se debe a que los rayos de luz que forman el arco que tú ves provienen de gotas distintas a las que otra persona, incluso a unos pocos metros de distancia, estaría mirando.

Además, la posición del sol respecto al observador es crucial. Un arcoíris se forma generalmente cuando el sol está bajo en el cielo, a la espalda de quien lo observa. Esto explica por qué los mejores momentos para verlos son temprano en la mañana o al final de la tarde.

La importancia del ángulo

La forma del arcoíris y su intensidad dependen también de un ángulo específico: aproximadamente 42 grados entre la dirección de la luz solar y la línea de visión del observador. Si estás muy cerca del suelo o en una colina alta, tu ángulo de visión cambia, afectando el tamaño y la parte del arcoíris que puedes ver.

Y si alguna vez has estado en un avión y has tenido suerte, tal vez viste un arcoíris completo en forma de círculo. Desde el aire, sin el horizonte interrumpiendo la vista, se puede apreciar su forma real y no solo el clásico semicírculo.

Factores que influyen en cómo lo vemos

Hay varios factores que explican por qué dos personas no ven exactamente el mismo arcoíris:

  • Condiciones de luz. Un sol más brillante o nubes más dispersas pueden intensificar o apagar los colores.
  • Tamaño de las gotas. Las gotas grandes tienden a crear colores más brillantes y definidos, mientras que las pequeñas producen arcoíris más tenues y anchos.
  • Agudeza visual. Algunas personas perciben mejor ciertos matices de color, dependiendo de su visión o edad.
  • Fenómenos secundarios. A veces aparecen dobles arcoíris, donde el segundo es más débil e invertido. No siempre todos lo notan de la misma manera.

Todo esto suma para que la experiencia de ver un arcoíris sea profundamente personal, incluso si estás acompañado.

Más que un arcoíris: dobles, triples y otros fenómenos

Los arcoíris dobles ocurren cuando la luz se refleja dos veces dentro de la gota de agua antes de salir. El segundo arco tiene los colores en orden inverso y es más tenue. En ocasiones extremadamente raras, se pueden ver hasta tres o cuatro arcos concéntricos, aunque son tan sutiles que es muy difícil apreciarlos a simple vista.

También existen fenómenos como el arcoíris de niebla, más pálido y blanco, que ocurre cuando las gotas son tan diminutas que no dispersan bien la luz en colores.

El simbolismo de los arcoíris

Más allá de la ciencia, estos espectros de colores han tenido un lugar especial en la cultura humana desde tiempos antiguos. Para algunos, son un símbolo de esperanza, un puente entre mundos o una señal de buena suerte.
En la Biblia, el arcoíris fue la señal del pacto entre Dios y Noé. Para los pueblos nativos americanos, representaba la conexión entre el mundo físico y el espiritual. En la actualidad, sigue siendo un emblema de diversidad y unidad.

Esa carga simbólica, combinada con su belleza natural y su brevedad, convierte al arcoíris en uno de los fenómenos más queridos y fotografiados del mundo.

Tu arcoíris es solo tuyo

La próxima vez que veas un arcoíris, recuerda que el que estás mirando es único para ti. Es el resultado de millones de pequeñas gotas de agua, de la posición exacta del sol, de tu lugar en la Tierra y de la forma en que tu propia mirada percibe los colores. Tal vez por eso, aunque sepamos que hay ciencia detrás de su formación, no dejamos de sentir que hay algo casi mágico en ellos.

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